A finales del año pasado, se lanzó en Francia una campaña de aceptación hacia las personas diferentes. Miles de ositos de peluche hicieron su aparición y fueron distribuidos principalmente a niños y niñas y sus padres para abordar el tema de las diferencias. El osito no es perfecto, y no pudiera ser pastor en la iglesia de la señora Piraquive. Tiene cicatrices en la cara, una pata más corta que otra, una oreja diferente de la otra y los brazos desiguales… aun así se ve muy osito y querido. Mucha gente lo luce amarrado a su bolso o como llavero. La diferencia no espanta, no es anormalidad y plantea preguntas: ¿Por qué es así? ¿Qué le pasó? La diferencia genera empatía y solidaridad.
Esta campaña se da de manera interesante en pleno debate de la ley de género y su reforma en el parlamento que pretende mayor igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Recordamos que el género se refiere a las formas sociales de asumir su ser sexuado, hombre o mujer (con opción a “otros”). En el marco de la renovada legislación que intenta avanzar hacia la equidad de género, encontramos mayor flexibilidad para la libre opción a la maternidad; una mujer ya no debe demostrar que está en un estado de “angustia mayor” para solicitar el aborto; solo debe manifestar que no desea seguir con su embarazo. Se sabe que para las mujeres que tienen alternativas de prevención, el aborto no es un método de planificación.
La misma ley plantea una mayor participación de los hombres en la crianza de sus hijos con la repartición de las licencias de maternidad/paternidad. Si bien el salario disminuye considerablemente durante la licencia, la pensión no se verá alterada porque criar hijos “da puntos”.
Pero, con las leyes pasa lo mismo que con la gallina y el huevo. ¿Qué viene primero? ¿La ley que se ajusta a comportamientos, o cambios de hábitos que influyen sobre las leyes?
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