“Pisoteada por entidades y médicos que creen saberlo todo”, así se sienten muchas mujeres y parejas que, en un momento determinado de su vida reproductiva, tienen que lidiar con el sistema de salud.

“Viacrucis de una bebé” (El Espectador, junio 29) refiere la trágica situación de una niña que tuvo que nacer, a pesar de la decisión contraria adoptada por sus padres al enterarse de las graves anomalías que padecía. Fue un embarazo deseado por una pareja responsable, con fe en Dios y no precisamente “abortista”. Tanto que describen la solicitud de aborto como una “dolorosa decisión…”, para “evitar que ella sufriera tanto como ha sufrido ya”.

En Colombia existe la interrupción legal voluntaria del embarazo (ILVE); ninguna mujer la confunde con método de planificación y todas saben que no es precisamente una fiesta. Pero muchos médicos, a la par con el Procurador, confunden derechos y respeto por las leyes con convicciones. Algunos “sabelotodo” de la medicina “no saben qué es calidad de vida, no les importa nada, porque no son ellos los que están de este lado”, emiten conceptos como si los humanos fuéramos solo huesos y tejidos; así cualquier patología resulta “compatible con la vida”. ¿Vida humana, diferente a la de las plantas y otros organismos vivos?

En otros países, hay antecedentes similares que, después de demandas contra médicos y servicios de salud, dieron lugar a la formulación del “derecho a no nacer” y normas que establecen compensación y reparación por el hecho de haber nacido condenado a una vida no digna. Los servicios de salud, EPS y médicos, deben responsabilizarse de los gastos generados por la patología o discapacidad y, además, compensar económicamente el daño producido por un diagnóstico equivocado o impreciso. Si se aplicara en Colombia normas parecidas, los servicios de salud tendrían que escuchar el clamor de las madres que no gritan por egoísmo, sino para evitar traer al mundo un humano que sufrirá lo inhumano. (Fuentes: elespectador.com y testimonios).

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